Para empezar, en resumidas cuentas, diremos que un vino seco es un vino de mesa cuya cualidad es su escasa o casi nula cantidad de azúcar, por lo que su única defensa ante un catador se atribuye únicamente a su sabor.
La principal carta de presentación de un vino de mesa radica en que con ellos se puede maridar casi cualquier comida y juegan un papel muy importante como parte de los ingredientes de numerosos platillos.
Un vino seco puede ser tinto como el Merlot, Pinot Noir o Cabernet Sauvignon; o bien blanco entre los que destacan el Chardonnay y el Sauvignon Blanc.
Si hablamos de un vino seco, estamos hablando de uno que se consigue gracias al proceso de fermentación natural en el que se ha conseguido que los azucares se conviertan en alcohol, en un vino seco la cantidad de azúcar oscila entre 1 y 3 gramos por litro.
Otra diferencia entre un vino seco y uno dulce radica en los aromas, ya que, si al degustar un vino reconoces tonos de hierbas, podrás decir con casi total seguridad que se trata de un vino seco.
Usualmente un vino seco tiene un sabor más fuerte pero con un final limpio, durante una cata, un vino seco se reconoce en la fase gustativa, son vinos de trago menos voluptuoso en los que la acidez suele estar muy presente.